viernes, 2 de febrero de 2018

Nuestro cerebro se puede habituar a ser deshonesto, por el Dr. Carlos A. Logatt Grabner.

La mayoría de las personas puede utilizar la mentira como recurso para evitar alguna situación social incómoda o estresante. Sin embargo, si se repite el uso de este mecanismo, es probable que los individuos se adapten emocionalmente y carezcan de la respuesta emocional necesaria que normalmente los frenaría a ser deshonestos.
El diccionario de la Real Academia Española define la palabra hábito como un modo especial de proceder o conducirse por repetición de actos iguales o semejantes. De hecho, todo lo que hacemos con frecuencia se convierte con el tiempo en un hábito.
Es innegable que en diferentes oportunidades la mayoría de la gente pronuncia pequeñas mentiras para ayudarse a superar situaciones sociales incómodas o semanas laborales estresantes. Empero, según mostraron los investigadores del Colegio Universitario de Londres, cuando se utiliza este recurso reiteradamente, la mentira se torna más grande con el tiempo y el propio cerebro delata esta tendencia.
Para llegar a esta conclusión, el neurocientífico Neil Garret y su equipo contaron con 80 participantes adultos, la mayoría estudiantes universitarios, a quienes les realizaron resonancias magnéticas funcionales (RMf) para observar sus cerebros mientras cumplían con las consignas de la investigación.
La tarea consistió en ayudar a la pareja que se les había asignado a adivinar la cantidad y el valor de las monedas que había en diferentes frascos que veían en fotos. En realidad, su compañero de equipo era un actor que ayudaba a facilitar el experimento, ya que su función era conjeturar a través de la información recibida la cantidad de dinero que había en los recipientes. 
El trabajo no fue el mismo para todos los voluntarios: algunos tuvieron la información de que recibirían una mayor paga si lograban que su pareja sobreestimara el dinero, y que cuanto mayor fuera la sobreestimación, más grande sería la suma que recibirían. A otros participantes, en cambio, se les dijo que cuanto más exacta fuera la apreciación mayor sería el pago.
Las imágenes observadas en los escáneres cerebrales, les dieron a los científicos la posibilidad de advertir que al inicio de la investigación la amígdala de los voluntarios que mentían de forma consciente presentaba una fuerte actividad. Sin embargo, a medida que seguían con el experimento y continuaban engañando a su compañero, dicha reacción, inclusive ante mentiras desmesuradas, presentaba un notable el descenso.
 

 La amígdala es un área cerebral relacionada con nuestras emociones; desempeña, entre otras funciones, un papel importante en la valoración emocional de las circunstancias.
Cuando mentimos en beneficio propio, esta zona nos hace sentir cierto escozor que nos lleva a tomar consciencia de la implicancia de nuestros actos, consideró Tali Sharot, otra de las autoras del estudio.
Según el equipo de Garret, cuando por diferentes situaciones es posible contar mentiras de un modo progresivo, es probable que la persona se adapte emocionalmente y carezca de la respuesta emocional necesaria que normalmente la frenaría a ser deshonesta.
Si bien hay falacias u omisiones que todos empleamos para no lastimar a nuestros seres queridos o conocidos (por ejemplo, no sería positivo decirle a un amigo “¡qué fea camisa te compraste!”), muy distinto es hacer de la deshonestidad un hábito.
Hay mucho camino por recorrer aún sobre este tema y existen numerosos trabajos científicos que buscan desentrañar los mecanismos que nos llevan a mentir, e incluso comparan el uso de la tomografía de resonancia magnética funcional (RMf) con el polígrafo (más conocido como detector de mentiras), como el realizado por Daniel Langleben, de la Universidad de Pensilvania.
Quienes estudian las mentiras manifiestan que todos las usamos al menos dos veces al día; incluso explican su ventaja evolutiva y social. No obstante, a partir de hoy, tenemos la oportunidad de comenzar a observarnos y ver cómo nos manejamos con las mentiras cotidianas, para así estar atentos y que, por las dudas, no se nos vuelvan un hábito.