El diccionario de la Real Academia Española define la palabra hábito
como un modo especial de proceder o conducirse por repetición de actos
iguales o semejantes. De hecho, todo lo que hacemos con frecuencia se
convierte con el tiempo en un hábito.
Es innegable que en diferentes oportunidades la mayoría de la gente
pronuncia pequeñas mentiras para ayudarse a superar situaciones sociales
incómodas o semanas laborales estresantes. Empero, según mostraron los
investigadores del Colegio Universitario de Londres, cuando se utiliza
este recurso reiteradamente, la mentira se torna más grande con el
tiempo y el propio cerebro delata esta tendencia.
Para llegar a esta conclusión, el neurocientífico Neil Garret y su
equipo contaron con 80 participantes adultos, la mayoría estudiantes
universitarios, a quienes les realizaron resonancias magnéticas
funcionales (RMf) para observar sus cerebros mientras cumplían con las
consignas de la investigación.
La tarea consistió en ayudar a la pareja que se les había asignado a
adivinar la cantidad y el valor de las monedas que había en diferentes
frascos que veían en fotos. En realidad, su compañero de equipo era un
actor que ayudaba a facilitar el experimento, ya que su función era
conjeturar a través de la información recibida la cantidad de dinero que
había en los recipientes.
El trabajo no fue el mismo para todos los voluntarios: algunos
tuvieron la información de que recibirían una mayor paga si lograban que
su pareja sobreestimara el dinero, y que cuanto mayor fuera la
sobreestimación, más grande sería la suma que recibirían. A otros
participantes, en cambio, se les dijo que cuanto más exacta fuera la
apreciación mayor sería el pago.
Las imágenes observadas en los escáneres cerebrales, les dieron a los
científicos la posibilidad de advertir que al inicio de la
investigación la amígdala de los voluntarios que mentían de forma
consciente presentaba una fuerte actividad. Sin embargo, a medida que
seguían con el experimento y continuaban engañando a su compañero, dicha
reacción, inclusive ante mentiras desmesuradas, presentaba un notable
el descenso.
La amígdala es un área cerebral relacionada con nuestras emociones;
desempeña, entre otras funciones, un papel importante en la valoración
emocional de las circunstancias.
Cuando mentimos en beneficio propio, esta zona nos hace sentir cierto
escozor que nos lleva a tomar consciencia de la implicancia de nuestros
actos, consideró Tali Sharot, otra de las autoras del estudio.
Según el equipo de Garret, cuando por diferentes situaciones es
posible contar mentiras de un modo progresivo, es probable que la
persona se adapte emocionalmente y carezca de la respuesta emocional
necesaria que normalmente la frenaría a ser deshonesta.
Si bien hay falacias u omisiones que todos empleamos para no lastimar
a nuestros seres queridos o conocidos (por ejemplo, no sería positivo
decirle a un amigo “¡qué fea camisa te compraste!”), muy distinto es
hacer de la deshonestidad un hábito.
Hay mucho camino por recorrer aún sobre este tema y existen numerosos
trabajos científicos que buscan desentrañar los mecanismos que nos
llevan a mentir, e incluso comparan el uso de la tomografía de
resonancia magnética funcional (RMf) con el polígrafo (más conocido como
detector de mentiras), como el realizado por Daniel Langleben, de la
Universidad de Pensilvania.
Quienes estudian las mentiras manifiestan que todos las usamos al
menos dos veces al día; incluso explican su ventaja evolutiva y social.
No obstante, a partir de hoy, tenemos la oportunidad de comenzar a
observarnos y ver cómo nos manejamos con las mentiras cotidianas, para
así estar atentos y que, por las dudas, no se nos vuelvan un hábito.
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